El alcalde de Castellón, Alberto Fabra, que hoy se ha estrenado como orador en las Cortes Valencianas, debió pensar que estaba en una reunión de junta de distrito, y ha infravalorado la repercusión de las palabras que se pronuncian desde la tribuna del Parlamento. Su estreno no ha podido ser más desafortunado al lanzar expresiones de desprecio hacia el colectivo de internos de centros penitenciarios, unas personas a las que Fabra no quiere ver en las calles de su ciudad en tránsito a los juzgados. Ese fue uno de los argumentos que esgrimió en la defensa de la proposición que había presentado el PP en la que se instaba al Ministerio de Justicia a crear un partido judicial en Albocàsser.
Para Fabra, el tránsito de internos por el entorno del Palacio de Justicia no es una escena apropiada para el resto de transeúntes, y pretende que se le alivie de la presencia de presos con la apertura de una sede judicial en Albocàsser (si no los vemos, no existen). Es decir, a Fabra le molestan los presos en Castellón, pero no le importa trasladar a los vecinos de Albocàsser lo que para él es un estorbo.
Esta forma de pensar y de actuar tiene un nombre, pero sobre todo, como ciudadana de Castellón, siento vergüenza de la imagen que ha trasladado hoy el alcalde al Parlamento.
Fabra podía haberse limitado a defender de forma elegante y con los argumentos que considerara convenientes la necesidad de crear un nuevo partido judicial, sin más, pero en vez de eso se le escapó, creo que de forma inconsciente, el ramalazo fascistoide que late en su interior. Puede que haya influido también su afán nada disimulado de lucirse en su primera intervención ante sus compañeros de grupo, lo que ha quedado en evidencia con el abuso de gracias y chistes fáciles, como la crítica a la Ley de Memoria "Histérica". Aprovechando que el río Seco pasa por Castellón.... En fin.
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